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El edén despreciado

de Natalia Granada
Si hemos de advertir un lugar común, es sin duda el del cuerpo en calidad de contenedor y remitente del poder, la violencia, el fetichismo, el erotismo y la muerte. En El edén despreciado hay que detectar las excepciones. Las constantes se ofrecen como premisas o puntos de partida. El hipnótico vaivén entre lo pesado y lo ingrávido es una confrontación con los efectos de la vida y la muerte en matices que no consienten maniqueísmos, salvo en las apariencias. Nuestro prejuicio nos empujaría a pensar que la reivindicación violenta de los cuerpos femeninos es una metáfora sobre otra metáfora, pero no se trata de victimización de género. El acoso de los rasgos libidinosos en las arquetípicas figuras masculinas es signo de amenaza y vulnerabilidad más que consigna.
Si el mejor lugar para esconder las verdades está en lo aparente, hay que prestarle atención, pero no tomarlo como único marco de referencia. Natalia Granada hace énfasis en uno de los avatares más complejos de la voracidad insaciable de la psique humana: “Para mí, el cuerpo no es sólo una metáfora del deseo, sino también su expresión más contundente.” Sobre esta premisa es pertinente pensar si el cuerpo desencadena el deseo, si sólo se sitúa en su campo de afección o si oscila siendo objeto y sujeto del mismo.
El ejercicio de estar en la cuerda floja puede ser un buen paralelismo de la tensión que indaga la artista entre el deseo no satisfecho y la negativa para acceder al placer. Cierto arquetipo religioso indica que el edén ha sido prohibido por una deidad, pero aquí en cambio, es rechazado. Se trata de la aparición nítida de la voluntad. Los perros toman caminos azarosos. El instinto es impredecible porque puede esquivar la gratificación y buscar algo más. Puede desviarse, pero sin liberarse de la cadena que lo sujeta.
Probablemente la bondad y la maldad son un espejismo, y sólo se percibe la crudeza de esa verdad sin emitir juicios o sin actuar en consecuencia. Simplemente suceden sin distinción. Eros y Tánatos también se pueden divorciar de la moral. Los cuerpos desbaratados son envueltos en una simultaneidad que desconcierta. Por una parte, está el erotismo sensual de la sangre que ciñe al organismo. Por otra parte, esos mismos elementos muestran sus aspectos más siniestros cuando son fragmentados o separados de la unidad del cuerpo y se convierten en los restos de un cadáver. La fantasmagoría viene después. El fantasma es una paradoja muy seductora porque implica la posibilidad de estar presente y ausente al mismo tiempo.
En el Libro del desasosiego, Pessoa escribe sobre esa correspondencia entre la vida y la agresiva decadencia de la carnalidad: “Existo sin saberlo y moriré‚ sin quererlo. Soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy, entre el sueño y lo que la vida ha hecho de mí, la medida abstracta y carnal entre cosas que no son nada.”
Las salamandras lascivas y los perros salvajes son efigies de lo externo. Son la hostilidad que acecha a la carne para degradarla. El ánima salvaje que los posee es el contrapunto más rotundo para el logos, la razón creadora. En El edén despreciado esa confrontación es necesaria, quizá para descubrir que hay otros caminos que no hemos advertido para explicarnos una ambigüedad insensata a la que llamamos naturaleza humana.

Natalia Granada (Bogotá, Colombia 1967). Artista visual radicada en España cuya obra gira en torno al cuerpo y los agentes que lo afectan: el miedo, el deseo, la violencia, la pulsión de muerte y el placer. Entre sus exposiciones individuales se encuentran: Ansia, Museo Barjola de Gijón, España; érase una vez un ángel exterminador, galería La Oficina de Medellín, Colombia; ¡Cuidado con el perro!, Círculo de Bellas Artes de Madrid, España. También ha participado en varias exposiciones colectivas en Alemania, España y Colombia.

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