BIOGRAFÍA COLECTIVA

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Malinche y el poder de la palabra

María Antonieta Mendívil

El sistema patriarcal se ha construido principalmente a partir de dos temores alrededor de las mujeres: el miedo a su autonomía sexual y el miedo a su dominio de la palabra. Y a la Malinche se le adjudican ambos. El poder de la palabra, como políglota, intérprete, mediadora, estratega, consejera, sí le perteneció a Malintzin. Pero el poder de su sexualidad soberana, no.

Cuando Malintzin tenía alrededor de los 19 años, fue vendida junto a una veintena de esclavas a los españoles. Así, un itinerario de circunstancias, destrezas, conocimientos, astucia la convirtieron en amante de Hernán Cortés y esposa de otro conquistador, Juan Jaramillo; madre de Martín (con Cortés) y de María (con Jaramillo); habitante de la Hacienda de Cortés en Coyoacán.
La moral impuesta, la visión política en turno, la construcción de un imaginario forzado alrededor de una identidad única, fueron esculpiendo distintas figuras alrededor de La Malinche: la puta traicionera que entregó su cuerpo al enemigo; la mala madre que mancilló la sangre de su estirpe al mezclarla con los invasores, violadores, saqueadores; la madre violada que transgredió una raza; la bruja astuta que intercambió los secretos de sus pueblos a cambio de poder y protección.

Es la llorona, es la que sobaja a su pueblo, la puta que se vende al mejor postor. No es la mujer vendida, la esclava, la traficada, la violada, la víctima, la sobreviviente, la inteligente, la sagaz, la conocedora de lenguas y de política, la mediadora entre pueblos, la madre de una nueva raza.

Porque esta cultura patriarcal no admite que la violación no tiene nada que ver con la soberanía sobre el cuerpo como mujeres. Si una mujer es violada es porque lo provocó, desde su autonomía sexual; si una mujer es traficada es porque decidió traspasar las fronteras del lugar permitido; una mujer esclava no debe luchar por su empoderamiento, por su libertad, sino resignarse a la esclavitud como un acto de congruencia al papel que el patriarcado le ha asignado.

No, Malintzin no tuvo soberanía ni autonomía ni libertad sobre su sexualidad. Pero sí tuvo el don y el dominio de la palabra. Y ya desde antes de ser vendida, este don le era reconocido con uno de los nombres que tuvo, Tenepal, cuyo significado es “quien habla con vivacidad”.

La palabra de una mujer, su voz, aterroriza; por eso su anulación es la más constante en la cultura: la negación para que niñas y adolescentes se eduquen y alfabeticen; la imposibilidad de firmar con nombre de mujer los libros escritos y los contratos para la propiedad; la no voz, la no decisión, el no libre albedrío, la no soberanía; incluso la mutilación y la muerte en la violencia feminicida, el “no son las formas”, la represión, y hasta la pasividad ante esa voz son todos actos de anulación y aniquilación de la palabra.

A Malinche no le anularon la palabra. Ese fue su poder y arma para la supervivencia.