BIOGRAFÍA COLECTIVA

story

Casiniña

Sandra Muñoz

 

A Lina -como a Marina- también “la regalaron" cuando era casiniña. Casiniña porque aunque ya te has quedado huérfana y has tenido que apretarte el corazón con las manos para detener su palpitar de pajarito asustado debajo de una cama, conteniendo la respiración mientras ves venir cada vez más cerca las botas de un soldado de la revolución que te siguió del lugar del nixtamal hasta la casa donde sirves de criada y has sentido que el corazón-pajarito se te salía del cuerpo al oír su voz preguntando: “-¿No se metió por aquí una morena de ojos grandes y lunar sobre la boca?”-, a los 15 años aún tienes la inocencia del mundo en los ojos y sigues siendo casi niña.

 

Siendo casiniña otras muchachas casiniñas la invitaron al cine junto con unos mozuelos diez años mayores.  ¿Cómo no aceptar si ella nunca hubiera podido pagarlo? Se olvidó pues del tiempo, mirando la belleza de un mundo en blanco y negro y al regresar del cine, el marido de la hermana con quien vivía le tenía ya sus tiliches en una bolsa de papel y la llevó de los cabellos a entregarla a la casa donde vivía, con sus padres, uno de los mozuelos con los que fue al cine, acusándola de traición a la casa donde a cambio de lavar, barrer, planchar, cocinar y cuidara los huercos le daban cama y comida. Traidora, traidora ella y traidora yo.

 

Y casiniña, cuando quería cantar y bañarse en el río y treparse a cortar mangos y ciruelas hubo de meterse a la cama con el mozuelo diez años mayor que en menos de un mes ya la había golpeado tres veces porque no le dejaba brillantes los zapatos. En menos de dos años ya tenía un hijo, una hija, algún hueso roto y muchos moretones. Ahora fue ella la que puso sus tiliches en una bolsa de papel y saltó la barda de la casa del hombre diez años mayor con un hijo de la mano y la otra hija hecha ovillo en su pecho. Traidora otra vez, a la mano que le daba de comer. Traidora ella, traidora yo.

 

Y se puso a chingarle…más. Hizo de todo: hasta cantó y bailó charlestón en una carpa del puerto. Traidora por la calle le decían. Traidora a la decencia. Traidora ella, traidora yo.

“¿Soy traidora por querer trabajar para mi misma?”, pensaba.

“¿Soy traidora por querer tener otro marido?”, pensaba.

 

A duras penas sabía escribir, pero anotaba ríos de palabras y rezos en un librito que se perdió con el tiempo, y me contaba sus historias a escondidas de mi madre porque no hay que andarles contando esas cosas a las niñas. A duras penas sabía escribir, pero traicionó nuevamente a todos los vecinos al juntar los domingos en su patio a toda la chamaquería de la cuadra para enseñarles las pocas palabras y las muchas canciones que ella sabía. Traidora ella, traidora yo.

 

Lina tuvo 2 hijos (aunque uno murió al poco de nacer) y 3 hijas. Conoció 15 nietos, 21 bisnietos, dos tataranietos y traicionó un millón de veces más, un millón de cosas más a lo largo de su vida. Y cada vez que cometía traición, sin saberlo paría mundos nuevos de posibilidades insospechadas; interpretaba su circunstancia, y todos sabemos que interpretar algo es el primer paso para intervenirlo, para cambiarlo, para volcarlo.

 

La figura de la traición en figura de una mujer mexicana -llámese Marina, Lina, Sandra, Juliana o Itandehui- que será maldita por el resto de los tiempos, es en realidad una llave para la intervención. Y cuando una interviene cambia los rumbos de la historia.

 

Lina era mi abuela y nunca supe cuál fue esa película de 1928 que le hizo olvidar el tiempo y le colgó el estigma de traidora para siempre. Tal vez se embelesó mirando la belleza de dolores del Río en “Ramona" o la fuerza de Andrea Palma en “La mujer del puerto” …si “Santa” no se hubiera estrenado hasta cuatro años después, juraría que fue esa.

Traidora ella, traidora yo.