BIOGRAFÍA COLECTIVA

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Doña Marina, Malinalli, Malintzin, la Malinche

Tanya Huntington

¿Acaso hay traductor más célebre que doña Marina, Malinalli, Malintzin, la Malinche? A los veinte años, el poder que ejercía con su lengua la había convertido en la lengua de Hernán Cortés. Ese órgano del habla era, desde luego, meramente una extensión de su gran conocimiento cultural e inteligencia política. Los cronistas concuerdan en que ella era mucho más que un filtro que traspasara vocablos del náhuatl al maya, para que Jerónimo de Aguilar luego los expresara en castellano. Era una estratega sin par, una mujer sin miedo.

Como traductora, he sentido que ser bilingüe es una especie de superpoder. Que transformar textos de un idioma a otro pertenece a una alquimia que me permite desdoblar la conciencia y vivir más de una vida en el jardín de senderos bifurcantes de mi existencia. Doña Marina, Malinalli, Malintzin, la Malinche era una esclava que, gracias a que supo aprovechar al máximo su talento para los idiomas, llegó a ser la mujer más influyente del hemisferio. Su lengua fue la arma secreta que derrocó a la Triple Alianza que había oprimido a su pueblo, una hazaña histórica que hasta la fecha parece una ficción épica.

La mayoría de los traductores carecemos de tales ambiciones políticas. Solo queremos construir puentes con nuestra labor, no derrocar imperios para fundar otros. De allí que sigue latente la pregunta ¿era esta traductora sin par una traidora? Tal vez sea una cuestión de perspectiva. O tal vez hacía falta más tiempo para determinarlo. Después de todo, ella fue regalada a Cortés y sus hombres cuando tenía diecinueve años. Antes de cumplir los treinta, doña Marina, Malinalli, Malintzin, la Malinche murió de un virus, esa otra arma secreta que llevaban los españoles en su arsenal.